Agua, Industria y Ciudad: Un conflicto histórico – Arnoldo Diaz

Para comprender la actual crisis hídrica por la que pasa el estado de Nuevo León no podemos limitarnos a los datos recientes. Necesitamos de la historia.[1] Desde los primeros intentos de colonizar el noreste de México, el agua ha sido parte central en la historia de la ciudad de Monterrey. Alberto del Canto[2] argumentó que la principal razón por la que su expedición de 1577 no tuvo éxito fue la imposibilidad de arrebatar el control de los manantiales a los habitantes de estas tierras. Fue Diego de Montemayor[3] quien en 1596 logró derrotarlos y finalmente fundó su ciudad al norte del Ojo de Agua Grande (Torres y Santoscoy, 1985).

Tres siglos después, la industrialización avanzó por nuestro país y por esta ciudad de Monterrey. Las fuentes de agua que permitieron el asentamiento sufrirían una transformación que trastocó las actividades productivas, la vida cotidiana y el ecosistema de la ciudad; este proceso derivó en una crisis de abastecimiento del vital líquido que hoy reaparece.

La mecanización o industrialización del consumo del agua supuso su ingreso en hogares y fábricas en cantidades nunca antes vistas en nuestra ciudad. Esto es considerado en la historiografía local tradicional como uno de los pasos a la Modernidad, reflejo del triunfo de la civilización. La situación actual nos obliga a revalorar dicha idea.

El hecho de que Agua y Drenaje fuera fundada en 1909 como empresa privada nos impele a revisar el periodo porfirista y el proyecto hegemónico liberal. También se hace necesario ante la actual tendencia neoliberal que reproduce el pensamiento del siglo XIX de superioridad sobre la naturaleza, en un punto de crisis ecológica casi irremediable. Parto desde un enfoque local no solo para contribuir a la discusión actual sino para criticar desde dónde suele escribirse y comprenderse la historia de la ciudad. Tanto el discurso del gobierno estatal como el discurso académico suelen usar como referencia dos trabajos con características que consideramos cuestionables y superables.

1909. Inauguración del Tanque de Guadalupe ubicado en la Loma Larga (Col. Independencia) construido como depósito para el agua que venía del manantial de la Estanzuela. Imagen tomada del blog del finado Fermín Téllez

El primero es el citado texto de Torres y Santoscoy, autores que realizaron una investigación ordenada por el gobierno de Alfonso Martínez Domínguez (1979 a 1985)[4]. Este trabajo buscaba justificar la crisis del agua en la década de 1980 en la ciudad y, de paso, vanagloriar la supuesta solución a dicha crisis durante su gobierno: las presas. Alabando las grandes obras que realizó para resolver aquel gran desabastecimiento, su actitud frente a la creación de la compañía a principio del siglo XX es completamente acrítica –a pesar de mencionar algunas de las tendencias autoritarias que aquello detonó- y denota una postura industrialista en la que todo sacrificio es válido ante las necesidades del progreso.

También tenemos la crónica de la inundación de la ciudad en 1909, realizada por Sánchez y Zaragoza (1989), obra recurrentemente citada cuando se habla de aquella tragedia. El texto contiene información clave sobre las ambiciones de intervenir en el cauce del río Santa Catarina. Los autores, tras varios párrafos de elogios al gobernador Bernardo Reyes[5],  justifican la pérdida de miles de vidas en el Barrio San Luisito (actual colonia Independencia) como resultado de la imprudencia, ocultando así la estructura clasista de la ciudad.

Desolación después de la inundación de 1909. Foto tomada de internet.

La realidad es que la industrialización estuvo plagada de conflictos relacionados con el uso del agua. La historia del agua en Nuevo León, Siglo XIX, de Daniel Sifuentes (2002), nos brinda el ejemplo de la disputa entre los hacendados de San Pedro, quienes buscaban aumentar su producción agrícola contra la fábrica de tejidos e hilados La Fama, que utilizaba el agua del río Santa Catarina para generar energía eléctrica. Este choque entre el interés de expandir los cultivos frente a la nueva necesidad de generar energía para la producción industrial es la antesala de la transformación del territorio regiomontano. Dicho conflicto tenía antecedentes que se remontaban a la época colonial y continuaron hasta llegar al porfiriato. Al final de ese largo camino histórico, la industria prevaleció. Muestra de ello es que las haciendas rurales de San Pedro desaparecieron en la primera mitad del XX (Palacios, 2018), mientras que La Fama perduró hasta el 2004 (Castillo, 2021).

El fortalecimiento de la industria corresponde a una característica del periodo de Porfirio Díaz y en general del siglo XIX. Las ideas positivistas –que la elite porfirista compartía con los franceses– eran duales en cuanto al tratamiento de las aguas que brotan a la superficie: eran focos de enfermedades, epidemias y plagas, pero también recurso indispensable para la industria. Debían ser eliminadas del paisaje urbano y encausadas hacia la productividad; bajo la lógica del porfiriato la solución estuvo en la privatización del bien común que era el agua. Este proceso implicó la creación de drenajes, la desecación de lagos, ríos y ojos de agua, entre otras innovaciones, como suele llamárseles.

Las formas cotidianas de adquirir agua, como el uso de acequias, norias, fuentes comunes y baños públicos se transformaron, y con ellas el ecosistema también se vio afectado. Gamero afirma que a nivel global ese proceso convirtió el agua en un elemento intensamente político, pues conecta cuerpos y transgrede fronteras. Siendo un elemento vital para humanos, animales y plantas, los conflictos en torno a su adquisición, organización de su flujo, transformación y control han representado la distribución del poder. El riego, el drenaje y las disputas territoriales son algunos de los casos de lo que Gamero identifica como articulaciones de un sistema hidrosocial específico, es decir, están dentro de “un proceso socionatural en el que el agua y la sociedad se construyen y rehacen entre sí, en el espacio y el tiempo” (2018: 97).

Un ejemplo de esto es la idea de que el Estado-nación tiene y puede proveer seguridad, seguridad en la vida. Asegurar que toda la población tenga acceso al agua de manera rápida y segura es parte de ese “deber” del Estado. Pero ante la imposibilidad de poder satisfacer a toda la población, el drenaje es en sí mismo un proyecto elitista. Si sumamos a esto las regularizaciones higiénicas y de salud pública que se difunden en la misma época, el agua en casa pasa de ser una necesidad a ser, al mismo tiempo, un requisito y un lujo (Gamero, 2018; Ekers y Loftus, 2008; Tortolero, 2000).

Las colonias populares las más afectadas por la crisis del agua en Monterrey. Foto tomada de internet

El dominio del Estado sobre el agua y la naturaleza fue posible con el desarrollo de la industria y la ciudad que la acompaña. Son las necesidades creadas por las grandes ciudades las que llevaron al Estado a darle prioridad a los proyectos de industrialización del consumo de agua. A su vez, el desarrollo tecnológico del siglo XIX permitió la creación de los sistemas modernos de drenaje en todo el mundo.

Ya para finales del siglo XIX, Bernardo Reyes trató de impulsar diversos proyectos para crear un drenaje de tubería subterránea en la ciudad de Monterrey, o al menos en su centro que en ese momento era poblado por las familias con mayor influencia en la política y la economía.

Ahora, no es en vano que la industria llegara para quedarse. Una característica importante es que existen zonas del estado en las que el nivel de lluvia es bastante alto en comparación con el resto de las poblaciones del noreste mexicano. Se estima que anualmente caen entre 500 y 1000 mm de lluvia anuales (Contreras, 2007: 22). Contamos también con cifras históricas presentadas por Isidro Vizcaya quien estima que, para finales del siglo XIX, caían 640 mm de lluvia anuales. El mismo autor admite que esa cantidad es poco para las condiciones del clima y la distribución preindustrial del agua, pero aun así señala esta característica como una ventaja para el auge industrial que tuvo la ciudad hacia 1890 (1971: 72).

La constancia de las lluvias y la presencia de diversas fuentes de agua permitieron la utilización de los suelos típicos de la subprovincia de llanuras y lomerías, como son los vertisoles (suelos con alto contenido de arcilla) y los xerosoles (suelo árido que contiene materia orgánica), los cuales pueden dar buenos resultados en el cultivo de diversos alimentos a través del riego (Contreras, 2007). Los buenos resultados fueron visibles en el centro histórico de Monterrey con el desarrollo de la agricultura que utilizaba el líquido de los ojos de agua y del río Santa Catarina.

Monterrey agrícola, mapa del año 1765. Imagen tomada de internet

Pero en esta ciudad, como en cualquier otra, la llegada del capitalismo industrial fue peculiarmente violenta, reduciendo las relaciones naturales a relaciones basadas en el dinero. La ciudad industrial “destruyó donde quiera que penetrase, la artesanía y todas las fases anteriores de la de industria. Puso cima al triunfo de la ciudad comercial frente al campo” (Marx y Engels; 1980: 60).

Nuevo León resintió el impacto de la industrialización. El del consumo del agua trastornó la ruralidad histórica de todo aquello que no era el centro. Israel Cavazos menciona el caso de la Industria Hércules[6]; en 1909 se presentó una queja hacia dicha industria pues desviaba constantemente el cauce de la Acequia de los Pueblos Indios, aunque en diversas ocasiones se logró recuperar la fuente de agua para las haciendas y asentamientos que dependían de la acequia. Para 1919, la compañía Agua y Drenaje casi había agotado las aguas del Ojo de Santa Lucía, por lo que la acequia no pudo seguir funcionando. La corriente era cada vez más limitada, por lo que las actividades agropecuarias declinaron y la mayoría de los campesinos se vieron en la necesidad de integrarse al sistema de trabajo asalariado para sobrevivir (Cavazos, 1997: 23-24).

En las siguientes décadas, la domesticación del agua se fue acentuando. Para 1940, año en el que la compañía Agua y Drenaje pasó a control estatal, casi todos los ojos de agua habían sido entubados o desecados. Durante la década de 1950, se canalizó el lecho del río Santa Catarina y con esto se terminó por completo con la mayoría de las actividades agropecuarias y de los ecosistemas del ahora Área Metropolitana de Monterrey. Para mediados del siglo XX, Monterrey se había convertido en una ciudad completamente industrial tras siglos de depender de la agricultura y la ganadería.

La contaminación del agua por los desechos industriales. Imagen tomada de internet

Mucho antes de que esto pasara, el Dr. González[7] ya se quejaba de que habían secado la ciudad. Hoy, la gran mayoría de la gente desconoce que en el centro de Monterrey solía brotar el agua de suelo. Una visión del Monterrey antiguo puede causarnos muchas cosas: criticar las soluciones industriales, desconfiar de las decisiones estatales, protestar por soluciones efectivas y construir alternativas que nos permitan tomar el control sobre nuestras vidas o simplemente odiar que el piso arda todos los días.

Pero que quede claro que no siempre ha sido así y no tiene por qué ser así.

21 de junio de 2022


** Portada: niños bañándose en los Ojos de Santa Lucía, Monterrey a principios del siglo XX. Foto tomada de internet.


[1] Este texto, publicado originalmente en Academicxs 43, es una reflexión que parte de la información proporcionada en el capítulo “Patrimonio de la Industrialización del Agua en Monterrey” de las Memorias del Congreso Internacional de Patrimonio Industrial, pendiente de publicación.

[2] Alberto del Canto (1547-1611) fundador de la ciudad de Saltillo, Coahuila en 1575, fue uno de los primeros pobladores de Monterrey. Fue un militar dedicado a la guerra contra los pueblos indígenas.

[3] Diego de Montemayor (1530-1611) militar español, alcalde de Saltillo y considerado el fundador definitivo de Monterrey. Fue gobernador del Nuevo Reino de León de 1589 a 1611. Es considerado el primer feminicida de Nuevo León por el asesinato de su esposa Juana Porcayo.

[4] Alfonso Martínez Domínguez (1922-2002) es mejor conocido por haber sido regente del Distrito Federal durante la matanza estudiantil del 10 de junio de 1971 y ser el impulsor de la Macroplaza.

[5] El Gral. Bernardo Reyes (1850-1913) fue un militar que desempeñó el puesto de gobernador de Nuevo León durante el porfiriato.

[6] El molino Hércules estaba situado sobre la calle que recorre el actual Canal de Santa Lucía, casi llegando a la calle Héroes del 47. Ver:  https://www.diariocultura.mx/2012/05/molino-el-hercules/

[7] El Dr. Eleuterio González (1813-1888) fue un médico e intelectual fundador del hospitales y universidades. Artífice de la desecación de fuentes de agua en 1849.


Bibliografía

Castillo, J. J. (coord.) (2011) Historia y patrimonio industrial de la Fama. UANL

Cavazos, I. (1997) “Los Ojos de Santa Lucía” en Monterrey, voces del viento. UANL

Contreras, C. (2007) Geografía de Nuevo León. Fondo Editorial de Nuevo León.

Ekers, M. y Loftus, A. (2008) “The power of water: developing dialogue between Foucault and Gramsci” en Envirement and Planning D: Society and Space. Volume 26, p. 698-718.

Gamero, G. (2018) “La Historia Ambiental y las Investigaciones Sobre el Ciclo Hidrosocial: Aportes para el Abordaje de la Historia de los Ríos” en Historia Ambiental Latinoamericana y Caribeña, v. 8, n. 2.  91-120.

Marx, K. y Engels, F. (1980)“Ideología alemana” en Obras Escogidas t. 1, Progreso.

Palacios, L. (20 de octubre 2018) La Segunda Reingeniería de Monterrey. Antihistoria

Sánchez, O. y Zaragoza, A. (1989) El río fiera bramaba: 1909. Archivo General del Estado.

Sifuentes, D. (2002) Historia del agua en Nuevo León, siglo XIX. UANL.

Torres, E. y Santoscoy, M. (1985) La historia del agua en Monterrey: Desde 1577 hasta 1985. Castillo.

Tortolero, A. (2000) El agua y su historia: México y sus desafíos hacia el siglo XXI. Siglo Veintiuno Editores.

Vizcaya, I. (1971) Orígenes de la Industrialización en Monterrey (1867-1920). Librería Tecnológico.

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